Todo católico, convencido de que su misión en la tierra no puede limitarse a buscar un exclusivo equilibrio particular de vida, ya individual, ya social, debe sentir la necesidad de consagrarse a la vida pública comunitariamente. Sólo la acción cívica justifica la formación doctrinal que pedimos. Esta formación no debe quedarse en un plano intelectual, pero debe interesarse, al menos, tanto por los procesos, por las fuerzas enfrentadas, por sus procedimientos, como por nuestra estrategia de lucha contra la subversión del orden natural.
Pueden adoptarse muchas fórmulas, distintas en apariencia, pero todas similares en el fondo. Con o sin etiquetas, el método de motivación ha de traer como consecuencia una única respuesta a su preocupación o al problema (o principales problemas), cualquiera que éste sea,la militancia activa, la formación y la acción doctrinales de personas preocupadas por problemas precisos y a los cuales se quiere aportar una solución cristiana.
Terminemos con las Parábolas de la semilla y del grano de mostaza que nos recordó S.S. Benedicto XVI (Ángelus en la Plaza de San Pedro, Domingo 17 de junio de 2012):
«El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: ”Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios” (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola).
»La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante».
Resuenan las palabras de San Ignacio, hacedor de soldados de Cristo, descubriendo, en los que le rodeaban, la “madera” de las almas que hay que cincelar, formando prosélitos, a pesar de las negativas iniciales y las dificultades, perseverando en su empeño.
«Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios».
Convenceremos si estamos convencidos y comprometeremos si estamos comprometidos.
Ad maiorem Dei gloriam
Viva Cristo Rey
D+P+F+R